En segundos Miguel gritará «Argentinoooo… que ya son las seis y media». Mentira, son las seis, pero me saben remolón y empieza a despertarme desde un rato antes. Me asomo por la puerta de la carpa y miro a los cerros que son aún más altos por los enormes árboles. Con pereza termino de salir para acostarme en la hamaca paraguaya que está colgada en unos postes que sostienen el especie de quincho que está armado sobre la carpa.

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